ATRAPADA EN EL OLVIDO

***   CAPITULO UNO   *** 
                                    Lunes 7:00pm. La pequeña embarcación se mecía  estremecedoramente entre las olas furiosas del mar del Golfo. Era un navío de nueve metros y medio de longitud el cual se perdía por instantes entre el oleaje. El verano estaba en su pleno apogeo, mas una testaruda tormenta tropical errante proveniente del Atlántico abrazó la costa Este de México abrigándola con sus cálidos vientos en forma de acechantes remolinos.
            El navío azul y blanco de nombre ESTRELLA OCEANICA peligraba con naufragar ya que a simple vista no existía tripulación que lo guiara. El viento del Sureste, aprovechando la situación, lo arrastraba a diestra y siniestra sin compasión, y como uniéndose en conspiración con el océano, parecía que intentaban deshacerse de la flotante a toda costa. ¿Qué hacía un bote tan chico, completamente vacío, y a la deriva en ese clima tan austero? ¿Sería posible que el viento lo hubiera arrancado en contra de su voluntad de algún muelle o de un puerto cercano? ¿O sería que-?
            No. De ninguna manera la nave estaba abandonada. Una mirada más cercana y concienzuda revelaba el cuerpo de un ser viviente. ¿Viviente? La figura humana yacía de bruces en el suelo cubierta con un extraño impermeable de color blanco con capuchón cerrado, con una ventanilla al frente parecida a la de una escafandra. Si alguien quisiera identificar a la persona o víctima, tendría que quitarle esa vestidura blanca. El cuerpo estaba inerte y su único movimiento, era el producido por las olas furiosas de ese mar picado.    

                                    El DEEP BLUE FILO procedente de Port Arthur, Texas, USA. Viajaba por la costa Este del Golfo. Era un navío de 45 metros de longitud. Su misión era investigar la vida marina del lado del Atlántico, donde recopilaban muestras para luego ser examinadas en el laboratorio dentro del buque, aunque algunas de ellas paraban en el lugar de procedencia de los investigadores marinos.
            Ya en aguas mexicanas, el buque de color naranja y blanco avanzaba a 17 nudos marinos pasando cerca de la costa del puerto de Veracruz, México, con dirección al Sur.
             Uno de los marinos dentro del puente de mando, auxiliado con unos potentes catalejos, esforzando su vista entre la lluvia, se percató del barco azul y blanco y de inmediato hizo sonar la alarma de alerta.
            Rápidamente los oficiales hicieron que el buque disminuyera la velocidad, y al instante hicieron sonar reciamente el poderoso silbato, con el fin de prevenir a la tripulación de la otra embarcación de una posible y mortal colisión, ya que se encontraba exactamente en la ruta del Barco de investigación.
            “¡Capitán!” Dijo con fuerza y en inglés el marino que observaba a través de los catalejos. “¡No hay nadie al timón de aquel navío, señor!” Informó el de los binoculares.
            El capitán Stevens era un hombre de unos cincuenta y tantos años de edad, de barba canosa, de complexión robusta, y de lentes redondos a la antigua, con aros dorados. Vestía un uniforme completamente en blanco, incluyendo la gorra, la cual retiró de su cabeza. Pensó unos minutos, y confiando en su marinero dio la orden. “Desvíen el curso tres grados a babor, Bajen la velocidad, y aproxímense a la barca con precaución,” dijo en inglés el capitán, y los marineros obedecieron de inmediato.
            Las ordenes del oficial mayor fueron seguidas a la perfección, como ensayadas para una obra de teatro. En ocho minutos, el DEEP BLUE FILO se encontraba detenido a treinta metros del ESTRELLA OCEANICA.
            Lo más pronto posible se armó una pequeña expedición que consistió en cuatro valientes marineros, quienes, luego de impermeabilizarse, se treparon en un bote salvavidas inflable y de inmediato se dirigieron hacia el barco a la deriva, entre las olas bravas, que al parecer, aunque la tempestad no menguaba, ellas bajaron de intensidad.
            Cuando el grupo de rescate llegó a la barca azul y blanco, la tarde había declinado oscureciendo el día frente a ellos. Los cuatro varones estaban equipados con linternas, una pistola de bengala, y radios marinos portables, para facilitarles su trabajo de rescate. Se les habían dado órdenes específicas de comunicarse en todo momento con el buque. Los cuatro marinos se sintieron importantes en esa misión que estaban por realizar. Sin embargo, ocultaron sus verdaderos sentimientos de temor, zozobra, y suspenso. Sabían que necesitaban conducir su navío con sumo cuidado en el mar abierto con rumbo a lo desconocido.
            Al llegar, los marineros rodearon el barco errante revisando todo el contorno por si existían otros sobrevivientes o víctimas. Esas, en ocasiones, eran aguas hostiles, y se sabía de embarcaciones que eran atacadas por piratas. Sí, aún existen esos famosos malhechores que despojan de sus pertenencias a los tripulantes de otros navíos. Esos amantes de lo ajeno, que atacan en su mayoría a barcos vulnerables, lujosos como yates, y cargueros pequeños. Sí, unos piratas del Caribe modernos quienes mantienen vivo ese antiguo y malévolo legado.
            “Todo en orden, capitán,” informó el líder de los rescatistas por la radio.
            Desde el buque, el grupo de rescatistas era vigilado a través de poderosos binoculares de visión nocturna.
            “Bien,” contestó el capitán Stevens con voz serena, lenta, y profunda. “Procedan a abordar. Tomen toda precaución posible.”
            Otro de los rescatistas, de nombre Leonard Cole, habló hacia la barca azul y blanco usando un megáfono. “Hello! Is there somebody in the boat? This is Deep Blue Filo rescue crew, please acknowledge.” Enseguida lo dijo en español. “¡Hola! ¿Hay alguien en el barco? Somos el grupo de rescate del Deep Blue Filo. Por favor responda.”
            Hubo silencio. El estallido de un relámpago iluminó fotográficamente el área estremeciendo a los cuatro muchachos estadounidenses.
            Otro rescatista lanzó una cuerda con un gancho atado al extremo hacia la barca azul y blanco mientras que otros dos apuntaron sus linternas en esa dirección. La noche mezclada con la lluvia hacían el lúgubre escenario aún más tétrico. Finalmente las dos flotantes quedaron atadas y tres de  los marinos abordaron el ESTRELLA OCEANICA. El otro permaneció en la inflable listo con su radio y bengala, como medida de precaución.
            Los tres caminaron en línea por la proa, ya que fue por donde ambas embarcaciones quedaron vinculadas. El líder aluzó hacia el timón observando a través del cristal. Su corazón comenzó a palpitar aceleradamente y su cuerpo se negó a responder a sus mandatos. Incluso, ni siquiera pudo tomar la radio para llamar. Se quedó fijo como estatua al observar entre la lluvia tres perforaciones en el cristal frontal, pues de inmediato supuso que habían sido hechas por balas.
            “¿Qué pasa Billy?” El hombre tras el líder habló con voz queda, apenas sobrepasando el ruido del clima. En ese instante, la luz de otro estremecedor relámpago le dio la respuesta, y de inmediato llamó por su radio. “¡Capitán, capitán!”
            “Adelante.”
            “Tenemos una situación aquí, señor,” informó el marinero con nerviosismo.
            “¿De qué se trata?”
            “Nos encontramos en la proa, y aparentemente el puente de mando está abandonado, señor.”
            “Eso ya lo sabemos… ¿Cuál es la situación?” Demandó Stevens.
            “Hay tres impactos de bala en el cristal frontal, señor,” informó el subalterno.
            El capitán pensó por unos instantes. “Lo más seguro es que los que tripulaban esa embarcación se hayan convertido en víctimas de piratas. Uno quédese en proa, y los otros dos busquen dentro del navío.”
            Esa fue una orden que el líder dudó en obedecer ya que el miedo se había apoderado de él, mas la voz tras su espalda alivió su carga.
            “Billy. Tú quédate aquí. Jim y yo iremos,” dijo Leonard con voz tranquila.
            Finalmente Billy viró su cuerpo hacia sus compañeros. “De acuerdo. No olviden reportar,” manejó decir el temeroso líder.
            “Tú serás el primero en saberlo, compañero,” rió Leonard.
            Aferrándose al pasamano de aluminio para no caerse, ya que aún había movimiento provocado por las olas, Leonard y Jim se dirigieron hacia popa. Leonard era el más osado y no sentía tanto temor como los otros dos. Por el contrario, para él era una emocionante misión de rescate, una actividad para desviarlo de sus duras faenas diarias en el buque de investigación. Además, ¿Quién podría ocultarse en un barco tan pequeño? ¿Cuántos podrían haber dentro del diminuto camarote bajo proa… tres, cuatro? Más que una situación hostil, para Leonard se trataba de víctimas esperando ser ayudadas por ellos, si es que aun había alguien, y ese alguien estaba con vida.
            Jim pensó un tanto diferente y mantuvo su cuerpo cubierto con el de su compañero al frente, por eso de las re cochinas dudas.
            La noche cayó en su total apogeo sobre el mar del Atlántico y la lluvia no cedió en lo más mínimo. La luz de las lámparas de los dos en popa comenzó a iluminar por todos lados, empezando por los asientos traseros.
            “¡Leo!” Susurró con fuerza Jim. “¿Qué es eso?” Preguntó él apuntando con la luz de su lámpara hacia un bulto blanco tirado en medio de la entrada al camarote.
            Leonard reaccionó apresurándose ágilmente rumbo al bulto pensando que se trataba de un ser humano. Afortunadamente tuvo razón. La mitad del cuerpo en el suelo se encontraba de bruces sobre los dos escalones hacia adentro del camarote, solo de la cintura hacia los pies yacía sobre la alfombra exterior de cubierta. Por lo menos, el techo los cubriría de la lluvia.
            “¡Filo! Aquí el grupo de rescate,” llamó Jim sin siquiera estar seguro de lo que se trataba. La verdad era que estaba nervioso. ¿O tal vez temeroso?
            “Adelante,” respondieron desde el barco.
            “Encontramos algo… o a alguien… en el suelo,” balbuceó Jim.
            “¿De qué se trata?”
            Jim se dirigió a su compañero. “¿Qué es Leo?”
            “Ven, dame una mano,” dijo Leonard adelantándose hacia el bulto blanco.
            “Filo… voy a ayudar… denme un minuto… cambio.”
            “De acuerdo. Reporten enseguida.”
            Jim llegó hasta donde se encontraba su compañero.
            “Introdúcete en el camarote para que entre los dos levantemos a la víctima,” instruyó Leonard.
            Jim se quedó inmóvil, como esfinge, observando la puerta de madera abrirse y cerrarse con el movimiento del navío, golpeando a la persona cubierta en una especie de impermeable blanco, que para colmo y su mala suerte, el estruendo de un relámpago lo estremeció de pies a cabeza haciéndolo ver figuras dentro del camarote con la luz relampagueante.
            Al ver que su compatriota no se movía, pero sí daba signos vívidos de temor, el marinero osado, con espíritu aventurero, dijo. “Está bien, Jim. Tú quédate aquí. Yo voy adentro.”
            Jim logró asentir endeblemente con la cabeza.
            Leonard asomó lentamente la testa y con su lámpara sondeó el espacio. Había una cama con indicios de no haberse usado por varios días. Todo lo contrario fue al observar la cocineta a la derecha. Era como si hubiese habido una gran pelea entre caninos y mininos. Platos, vasos, y artículos para cocinar estaban esparcidos por la barra, el fregadero, y el suelo. De cualquier manera, no importaba lo que hubiese ocurrido ahí adentro. En ese instante solo se encontraban tres personas con vida y él se alegró de ser una de ellas.
            Sin pensarlo más, Leonard se escurrió hacia el interior, y cuando se disponía a tomar a la persona de blanco por las axilas, se escuchó el grito de su compañero. “¡Leo!” Con tal fuerza, que Cole dejó su labor de rescate convirtiéndose en una carrera por su vida, saliendo de inmediato del camarote de solo dos zancadas.
            “¿Qué pasa, Jim? ¿Por qué me asustas de esa manera?”
            Jim aluzó hacia los asientos de enfrente. Obviamente habían olvidado revisarlos. Habían manchas de lo que dedujeron era sangre en diferentes patrones. Tanto los asientos como la alfombra estaban manchados.
            “Mejor aquí corrió que aquí quedó,” dijo Leonard introduciéndose de nuevo al camarote.
            “¡Hey! Pensé que ya nos íbamos,” especuló Jim.
            Leonard lo miro a los ojos desde adentro. “Vamos. Démonos prisa con este asunto,” y al decir eso, introdujo sus manos abrazando el cuerpo por el pecho. “¡Oh, oh!” El hombre dentro del camarote se quedó estático.
            “¿Listo?” Preguntó Jim agachándose, tomando reluctantemente el cuerpo por las piernas.
            “¡Es una dama!” declaró Leonard con asombro, y voz afligida.
            “¡Qué!” Dijo Jim soltando las piernas e irguiendo su cuerpo. “¿Co… como sabes?”
            “Mis manos, se… solo sé que es una mujer. Vamos, andando.” Leonard no quiso dar explicaciones, o tal vez no pudo hacerlo.
            Los rescatistas tomaron el cuerpo y lo llevaron a proa arrastrándola con mucho cuidado. Tarea que resultó algo difícil ya que el movimiento del navío se interpuso en su camino, pero con la experiencia de navegar en diferentes tipos de climas y mares pudieron completar su misión.
            Ahí se encontraron con Billy, su supuesto líder de rescate. Depositaron a la persona de blanco en el suelo rodándola para que quedara sobre su espalda.
            “¿Qué pasa, muchachos?” Preguntó con nerviosismo Billy.
            Sin decir palabra alguna, Leonard acercó su rostro a la ventanilla en el capote, o capuchón que cubría el rostro de la víctima. A los lados tenía un respirador con filtros también de color blanco. Limpió el cristal con los dedos de su mano, y ante su vista se desplegó la belleza de una mujer que aparentaba estar dormida. “Es… es muy hermosa,” declaró Leonard con voz suspicaz.
            “No estamos para romances, Leo. Debemos irnos de aquí cuanto antes,” urgió Jim.
            “Filo.” Llamó por la radio Billy.
            “Adelante.”
            Encontramos una víctima. La tenemos con nosotros en proa, es una mujer. Nos preparamos para transportarla.”
            “Entendido. Los esperamos. Cambio y fuera.”
            Leonard tomó a la dama por los hombros levantándola levemente percatándose de la mancha de sangre que se formó bajo ella. “¿Pero…? ¿Qué  demonios?” Renegó con asombro él.
            Entre los tres revisaron el cuerpo de la chica intentando encontrar la herida. Sin embargo, finalmente descubrieron que se trataba de sangre embarrada en el traje blanco que al contacto con el agua de la lluvia pintó de rojo la superficie de proa.



***   CAPITULO DOS   ***

                                    Veinte minutos más tarde, la inflable estaba siendo atada al barco de investigación naranja y blanco. Más personal de la tripulación se acercó y ayudó en la tarea de rescate. Tenían mucha curiosidad en descubrir de quien se trataba, es decir, la víctima.
            El cuerpo de la mujer fue puesto en una camilla y rápidamente fue trasladada hacia la enfermería. Enseguida, los cuatro que formaban el equipo de rescate abandonaron la pequeña balsa salvavidas refugiándose de la lluvia bajo un techo saliente.
            Entonces el capitán caminó hacia el grupo bajo el techo. “Señores,” dijo el hombre de edad con voz profunda. “Les estoy muy agradecido por la labor bien desempeñada. Fue un acto de mucha valentía, pese a no ser expertos en materia de rescate.”
            Los cuatro respondieron levemente con movimientos afirmativos de sus cabezas. Sus rostros, a pesar de estar ensopados, mostraban complacencia, alegría, y alivio al saberse sanos y salvos. Leonard se excusó del capitán y de prisa se dirigió a la enfermería.
            “¿Qué sucede con Cole?” Preguntó el capitán Stevens dirigiendo su vista al marinero que se retiraba.
            “Creo que se ha enamorado,” respondió Jim juguetonamente.
            El mandamás hizo un gesto incongruente levantando una ceja, al escuchar el comentario.
            A través de la ventanita en la puerta de metal, Leonard Cole se asomó. Enseguida se retiró el impermeable y tocó, más abrió la puerta sin esperar respuesta.
            “Hola Leo. ¿Qué sucede?” Dijo el doctor Trevers al observar al recién llegado recargar la espalda contra la pared dando respiraciones lentas y profundas. “¿Te sientes bien?”
            Leonard despegó su espalda de la fría pared de metal aproximándose a la cama de hospital solo asintiendo levemente con su cabeza.
            Ya sin el traje blanco con capuchón, la dama lucía bastante diferente. Lo que se desplegaba sobe la cama… era pura belleza. Su cabello lacio, largo, barnizado de negro como el carbón, y con rayitos dorados, se extendía descansando sobre el lecho. Su rostro era algo espectacular, con bellas líneas trianguladas de la oreja hacia la barbilla y deslizándose hacia la otra oreja. Una nariz aguzada, fina, y perfecta, dividía un par de ojos grandes bajo unas cejas delineadas, delgadas, y bien depiladas.
            Su boca era de una hechura exquisita, con unos labios sensuales y de contornos sublimes. Verdaderamente era difícil pasar por alto detalle alguno de esa magistral hermosura.
            Vestía una blusa sin mangas con un escote que se extendía hasta la línea central de sus pechos. Unos pechos que se dibujaban en el amarillo de la blusa bien ajustada. Unos pechos tan bien formados como hechos por manos artesanas de antaño, con delicadeza, dedicación, y firmeza.
            La Blusa estaba amarrada en sus extremidades inferiores a la altura del vientre, mostrando así, su piel firme, sedosa, y morena clara, como chocolate con leche.
            El pantalón corto de color caqui desgastado que vestía, era de hechura especial usado en campismo o alpinismo. Tenía seis bolsas para organizar todo lo necesario para sobrevivir y defenderse estando fuera de casa.
            La belleza de sus largas piernas era indescriptible para el ser humano, como si seres de otros mundos más avanzados hubiesen venido a la tierra exclusivamente a diseñárselas y luego formárselas.
            El doctor le había retirado los botines a la chica. Unos botines resistentes, cómodos, y de buena calidad, exponiendo sus perfectos y arqueados pies sin señal de callo alguno en ellos.
            “¿Es… está viva… doc?” Preguntó con nerviosismo Leonard.
            “Fíjate en el pecho. Se mueve muy apenas, y eso significa que está respirando.”
            “¿Entonces… qué le sucedió, doc?”
            “A simple vista, solo puedo diagnosticar que el golpe en la sien hizo que ella perdiera el sentido. Aunque también pudo haber sido una impresión muy fuerte recibida. No lo sé. A lo mejor fue una combinación de las dos cosas,” declaró Trevers.
            ¿Cómo fue posible que Leonard no se hubiese fijado en el lado derecho de la frente de ella? Estaba hinchada, y había una pequeña cortada la cual obviamente ya había sido atendida. Él la miró detenidamente y preguntó sin quitar su vista del rostro de ella. “¿Se va a poner bien?” Había preocupación en la voz del hombre más joven.
            “A juzgar por tu inquietud, diría que tienes mucho interés en la chica, Leo,” deliberó el doctor.
            “¿Había visto algo tan bello, doc?”
            “En eso tienes razón. Es muy bella… y muy mexicana,” dijo el hombre de edad.
            “¿Sabia, doc… que tengo sangre latina?”
            “No lo habías comentado, Leo, pero puedo imaginarlo. Tienes ciertos rasgos mestizos.”
            “Mi madre es de los Estados Unidos, pero mi padre es emigrado de la sierra de Chihuahua.”
            “¿De verdad?” Dijo Trevers continuando su tarea de revisar a su paciente.
            “¡Claro! Por eso mi apellido es Gutiérrez,” anunció el más joven.
            “Yo pensaba que te apellidabas Cole.”
            “Bueno. La verdad es que no tuve una muy buena relación con mi padre cuando nos abandonó por otra mujer, y decidí alejarme de él. Me dio vergüenza su comportamiento. Es por eso que uso el apellido de mi madre,” explicó Leonard Gutiérrez Cole.
            “Si. Tiene sentido, Leo, y… lo siento mucho,” ofreció Trevers volteándolo a ver.
            “No importa. Sucedió hace muchos años que ya ni me acordaba. Era tan solo un jovencito. Hay cosas que a veces uno no se explica en cuanto al comportamiento de los padres.”
            “A todo esto, Leo. ¿Qué edad tienes? Digo si es que no te da pena como a las mujeres expresar los años de su existencia.”
            “Por supuesto que no, doc. Estoy disfrutando de mis treinta primaveras. ¿Por qué?”
            “Bueno… ella parece de veinticinco.”
            “La pareja perfecta. Lo sabía,” dijo con garbo Cole.
            “Leo,” dijo Trevers cambiando su tono a uno de más seriedad. “Siento interrumpir tu romance pero tengo mucho que hacer.”
            “Lo siento, doc. Volveré más tarde a ver como sigue mi paciente… digo, su paciente.”
            “No te preocupes. Te tendré un reporte por escrito de los detalles del progreso de tu princesa,” rió el doctor dándole una palmaditas en el hombro a Leonard encaminándolo hacia la puerta.

                                    Una hora después, la puerta de la enfermería de nuevo se abrió y Leonard Gutiérrez Cole entró por ella. En esa oportunidad no se asomó por la ventanilla antes de entrar llevándose una gran sorpresa. El capitán Stevens y el doctor Trevers dejaron de hablar dirigiendo sus miradas hacia la entrada.
            Gutiérrez se quedó como esfinge. “¡Ups! Lo siento, capitán. No pensé que-.”
            “No se preocupe, señor Cole,” dijo el capitán cortándolo. “Hablábamos de la condición de la chica.”
            Cole volteó hacia la cama sobre los hombros de los dos hombres frente a él. La dama se encontraba cubierta con una cobija de algodón. Una manguera transparente y delgada se extendía de una bolsa colgada arriba de un tubo para guía de suero hasta el brazo de la mujer. “¿Cómo… cómo está la hermo- la paciente? ¿Descubrieron algo más de ella?”
            “Por desgracia,” comenzó diciendo el hombre a cargo del navío. “No sabemos mucho. No existe nada que la identifique. De hecho, no se encontró pertenencia alguna en ella. Solo obtuvimos este trozo de tela de lo que parece ser un logo de alguna empresa o compañía.” Stevens le mostró a Leonard el retazo de tejido blanco con letras parcialmente visibles. “Lo obtuvimos del uniforme de laboratorio que ella vestía.”
            Gutiérrez elevó las cejas y tomando el trozo en sus manos dijo con sorpresa. “¿Laboratorio? ¿Cómo… bióloga, o científica?”
            “Eso es lo que parece, Leo,” irrumpió el doctor. “Ahora, el estado de la dama es incierto. Sufrió un fuerte golpe en el temporal y sus signos vitales son fluctuantes.”
            “¿Qué significa eso, doc?”
            “Bueno. La vida de ella no creo que peligre... al menos por ahora.”
            “¿Qué hay de los impactos de bala que vimos en el cristal? ¿Cree que pudieron haberla golpeado con la cacha de una pistola al tratarla de asaltar?”
            “Tal vez, Leo. Lo bueno es que no presenta herida de bala. Con referente al golpe… a mi parecer fue hecho con un objeto duro. Sin embargo…no parece haber sido de fierro,” explicó el doctor.
            El capitán asintió con la cabeza y dijo. “Bueno caballeros. Me retiro. Tengo que ir al puente de mando. Estamos llegando al puerto de Veracruz.”
            “Disculpe, capitán pero… ¿Qué va a pasar con ella?” Dijo con alarma Leonard.
            “No se preocupe, señor Cole. Hemos llamado a las autoridades mexicanas y una ambulancia estará esperando en el puerto para transportarla a un hospital. La guardia costera de México se hará cargo de la embarcación donde encontramos a la dama para buscar evidencias. ¡Ah! Y hablando de evidencias, no se le olvide darle ese trozo de tela al doctor para que lo coloque con el traje blanco.”

            Una vez más, Leonard observó el pedazo blanco en su mano frotándolo con el dedo pulgar. Había cuatro letras, pero solo la segunda y la última eran las únicas legibles. “-A-E,” leyó Gutiérrez entre dientes y enseguida le devolvió lentamente el trozo del logo al doctor.

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